Similitudes y diferencias entre el Western y el Cine Gauchesco.
Como es bien sabido, con el Western, Hollywood inauguró un relato de aventuras de características específicas que durante las primeras décadas del siglo XX se propagó rápidamente por el mundo, mientras el cine se convertía en un fenómeno de masas. Las historias narradas por el nuevo género, altamente propicias para ser representadas a través de las imágenes en movimiento, se inspiraban en un proceso histórico de expansión y colonización sobre un territorio desconocido y hostil, donde el vínculo conflictivo entre los individuos y la naturaleza es el eje central. Fue inevitable, entonces, que en los países cuyos territorios tenían algunos rasgos parecidos al de los Estados Unidos, comenzaran a producirse películas que le incorporaron al modelo original elementos propios del sitio donde se realizaban.
En el Río de la Plata el procedimiento adquirió ciertas particularidades, ya que desde hacía más de un siglo existía la literatura gauchesca, una expresión artística muy popular entre el público de la época. Dicho género fue forjado a principios del siglo XIX por el poeta uruguayo Bartolomé Hidalgo, quien recreó en sus textos algunos modismos propios de habla de la gente que habitaba en las zonas rurales. Hidalgo también esbozó en sus poemas algunos de los rasgos arquetípicos de los gauchos, que luego serían desarrollados y ampliados por sus continuadores. Durante la segunda mitad del mismo siglo, con las dos partes del extenso poema Martín Fierro de José Hernández y con la novela Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez (basada en hechos reales), terminó de moldearse la figura del gaucho rebelde. Se trata de un personaje que rechaza un orden social que lo perjudica injustamente, y se refugia en regiones aún no del todo alcanzadas por la ley, en las que puede desplazarse con absoluta destreza y libertad gracias a su conocimiento de la naturaleza y sus reglas.
Durante el período del cine argentino mudo, mientras se estrenaban en Buenos Aires diversos Westerns provenientes de Hollywood, una buena cantidad de títulos basados en relatos gauchescos tuvieron gran repercusión entre los espectadores. Entre ellos pueden nombrase Juan Moreira (Mario Gallo, 1913), Nobleza gaucha (Cairo, Gauche, Martínez de la Pera, 1915), el mayor éxito de público de la etapa silente, Santos Vega (Carlos de Paoli, 1917) y El último Centauro. La epopeya del gaucho Juan Moreira (Enrique Queirolo, 1924). El escenario donde estas historias se desarrollan es la inmensa llanura pampeana, Allí la extensa planicie que se prolonga sin obstáculos hasta el horizonte, le permite a la cámara construir planos anchos y profundos que sumergen al espectador en la enormidad del paisaje. La manera de mostrar los grandes espacios abiertos por parte de los maestros estadounidenses, les sirvió a sus colegas del sur para aprender a registrar su propio territorio.
Con la aparición del sonoro se incorporará otro elemento de diferenciación: en el cine argentino cumplirá un rol muy importante el modo en que los gauchos se expresan. La utilización de vocablos típicos de las regiones rurales; los giros lingüísticos que deforman la pronunciación de algunas palabras; las alteraciones en la sintaxis de las frases; y las entonaciones o acentos particulares, servirán para reproducir la supuesta manera de hablar de los gauchos.
Durante las décadas de 1930 y 1940, mientras las historias presentadas por el cine de Hollywood se van complejizando, comienzan a agregarse también en las películas gauchescas otras estructuras narrativas. Serán las que se desplieguen dentro de ámbitos locales o familiares, regidos por valores elementales como la defensa del honor, en los que la venganza opera como compensación de los desequilibrios producidos por los arrebatos de violencia. Es el caso de Lo que le pasó a Reynoso (Leopoldo Torres Ríos, 1937) o Viento norte (Mario Soffici, 1937). En esta última son las fuerzas de la naturaleza, representadas por las ráfagas cálidas que atraviesan la pampa, las que desencadenan la tragedia al afectar el ánimo de los lugareños. En cambio en Malambo. (Alberto de Zavalía, 1942), es una implacable y devastadora sequía la condición natural que dispara la historia y empuja a los personajes en el drama.
Era habitual que la literatura gauchesca describiera el enfrentamiento entre un individuo reacio a acatar imposiciones externas y un poder que pretende someterlo a sus necesidades. Este componente político se traslado naturalmente al cine de temática gauchesca, apareciendo en él de manera algo más explícita, tal vez, a como lo hacía en el Western. Luego, con los cambios estilísticos producidos en los años sesenta y setenta, mientras que en el norte prosperaba el llamado “Western revisionista” que pone su atención en cuestiones sociales y raciales, en el sur los relatos de gauchos van a servir para hablar de la compleja situación política que se vivía en la Argentina de aquel entonces. Consecuencia de ese singular momento histórico es Juan Moreira. (Leonardo Favio, 1973), una de las cumbres del género, además de un gran éxito de taquilla. Pese a narrar hechos sucedidos durante el siglo anterior, la película refleja alegóricamente acontecimientos contemporáneos.
En la actualidad, si bien ambos géneros han perdido la vitalidad que supieron tener en sus etapas de apogeo, de vez en cuando todavía sorprenden con la aparición de algunas obras que vale la pena ver. En lo que respecta al gauchesco, algunos directores hasta se han animado a explorar nuevas vertientes. Tal como ocurre con las películas sobre los llamados “bandidos rurales”: personajes de la vida real que, remedando a Robin Hood, le robaban a los ricos para repartir con los pobres parte de lo obtenido. Muchos de ellos fueron “beatificados” después de muertos,” como producto de la devoción de las masas En esa línea se inscriben. Antonio Gil Núñez, la leyenda (Roberto Cesán, 2007), Isidro Velázquez, la leyenda del último zapucay (Canilo Gómez Montero, 2012), ambas utilizando el recurso de cruzar la ficción con el documental, y El gauchito Gil, la sangre inocente (Tomás Larrinaga, Ricardo Becher, 2006), donde se traza un paralelo entre la historia de un mítico gaucho, hoy santificado por sus seguidores, con la ficción de un joven ladrón del Gran Buenos Aires actual.
Para finalizar, podemos citar una película que por sus características condensa mucho de los temas de los que veníamos hablando. Se trata de Aballay (Fernando Spiner, 2006). En ella vuelve a ponerse en funcionamiento el esquema crimen-venganza, a partir del cual un mandato ancestral impulsa al protagonista a saldar cuentas con el asesino de su padre, en el contexto de las guerras civiles de la Argentina del siglo XIX. El director recurre a formas de representación de la violencia donde se entrecruzan la estética del Spaghetti Western, el frenesí de Sam Peckinpah,y la poesía del cine de Leonardo Favio, director del Juan Moreira antes mencionado.
Como puede verse, entre cowboys y gauchos existen vínculos más o menos explícitos, conviviendo con peculiaridades que los diferencian y, en el caso del cine gauchesco, a veces no son del todo conocidas.
RESEÑAS
Borges, los gauchos y el cine. Entre la fascinación y la distancia
El último malón. Una experiencia inusual en los comienzos del cine
El “Juan Moreira” de Leonardo Favio: Una cumbre del cine gauchesco