Existió un personaje real llamado Juan Moreira. Típico exponente de los cambios sociales producidos en la Argentina a mediados del siglo XIX, Moreira debió amoldarse a los nuevos tiempos. Con la llegada del alambrado que parcelaba ordenadamente el territorio marcando los límites de propiedad, la pampa dejó de ser el espacio abierto por donde los gauchos podían desplazarse libremente. Debieron entonces estos hombres, acostumbrados a vivir de acuerdo a las leyes de la naturaleza que bien conocían, aprender nuevos modos de supervivencia. Luego de varias décadas de guerras civiles y el larguísimo período de hostigamiento a las poblaciones indígenas por parte de las fuerzas del Estado, muchos de ellos se habían curtido en la batalla cuerpo a cuerpo. Por eso cuando el país comenzó a organizarse políticamente, algunos ex gauchos pasaron a engrosar las filas de los caudillos que pretendían forzar el resultado de las elecciones, obligando a los habitantes de las poblaciones rurales a votar por su partido. Así fue como Juan Moreira comenzó a hacerse conocido alrededor del año 1866.
Luego de dos años de servicio para uno de los dos partidos políticos que se disputaban la provincia de Buenos Aires, Moreira se afincó en un pueblo, se casó, tuvo hijos y prosperó económicamente. Sus desgracias comenzaron cuando le reclamó una deuda al dueño de una pulpería (la pulpería era una especie de almacén y taberna de la región). El comerciante se negó a pagar y fue protegido por las autoridades locales, dicen que el Teniente Alcalde estaba interesado en la mujer de Moreira. En una discusión que se salió de cauce, el gaucho acuchilló a su rival y debió huir del pueblo. Luego de varios años de vida errante donde los hechos delictivos se fueron acumulando, alternándose con nuevos servicios a los caudillos políticos, esta vez del bando contrario, la fama de Moreira comenzó a aumentar. Las narraciones de sus hazañas físicas se propagaron rápidamente por toda la provincia, para ser ensalzadas por la imaginación popular. En 1874 una partida policial lo alcanzó finalmente en un prostíbulo, dándole muerte cuando intentaba escapar trepando por la pared de un patio trasero. A partir de ese momento su nombre se convirtió en un mito que trascendería largamente la historia del hombre real.
Cinco años después el escritor y periodista Eduardo Gutiérrez, empezó a publicar en un diario de la época un folletín titulado “Juan Moreira”. Avezado cronista de noticias policiales, Gutiérrez partió de una profusa investigación sobre los hechos reales para luego narrárselos a sus lectores con una prosa directa y efectiva. Lejos de presentarse como un relator neutral de eventos que le son indiferentes, el periodista se ubicó desde el comienzo del lado del protagonista. En sus escritos queda claro que, según su visión personal, Moreira fue víctima de las injusticias que le tocó padecer provenientes desde el Poder. Esta línea argumental es similar a la que tomó la gauchesca a partir del “Martín Fierro” de José Hernández, cuya primera parte fue publicada en 1872. Luego del éxito del folletín por entregas, el texto de Gutiérrez fue adaptado al teatro en 1883 por José Podestá quien también lo encarnó sobre los escenarios convirtiéndolo en un seceso descomunal. El público deliraba al ver representadas en carne y hueso las proezas del mítico gaucho.
La historia llegó al cine en 1913 con el “Juan Moreira” de Mario Gallo. Durante las décadas siguientes se sucedieron numerosas versiones, pero fue la dirigida por Leonardo Favio en 1973 la que alcanzó la repercusión más favorable, tanto en el público como en la crítica. El Moreira de Favio está íntimamente ligado a la época en que fue creado. A lo largo de casi dos décadas se habían ido alternando en el país dictaduras militares con cortos períodos “democráticos” extremadamente acotados que se caracterizaban por la restricción a las libertades individuales y la proscripción. En el “73” se efectuaron las primeras elecciones libres sin proscripciones después de 18 años. La película se estreno en medio de un clima entre esperanzado y convulsionado, y fue la más vista de toda la historia del cine argentino hasta esa fecha.
De los tres aspectos que caracterizan el relato, el histórico, el mítico y el literario, el director optó decididamente por el segundo. Sin descartar totalmente la novela de Gutiérrez ni las referencias más realistas, se centró sobre todo en la invención popular construida alrededor del personaje. En la primera escena vemos imágenes del entierro de Moreira y a una multitud que intenta apoderarse del cajón que lleva sus restos, mientras es reprimida por la policía. Este hecho nunca ocurrió pero es evidente que a Favio le interesa dejar claro desde el principio que va a narrar la historia teniendo en cuenta la apropiación que el pueblo hizo del mito. Más adelante vemos a una mujer, en un ambiente típicamente rural, explicándole a un grupo personas la historia de Moreira a partir de una secuencia de dibujos que se asemejan a las viñetas de un comic. Ya no importa tanto quién fue el gaucho en realidad, ni la versión que sobre él se ha propagado desde el poder, sino lo que el pueblo hace con el personaje; como lo utiliza para expresar sus anhelos y necesidades.
La película alterna hábilmente primeros planos de los rostros con intensa carga dramática, extensos planos secuencias construidos mediante el uso del travelling horizontal, largos planos de la llanura pampeana con cámara fija, y planos picados o cenitales utilizados sobre todo para registrar las escenas de enfrentamientos cuerpo a cuerpo y a cuchillo. Todos estos procedimientos se van encadenando rítmicamente a lo largo de la narración. También hay algunos momentos de representación de la violencia que evocan al Spaghetti Western: la exaltación algo manierista de los movimientos impetuosos; los planos detalle de la sangre brotando desde los cuerpos. También hay, por supuesto, elementos pertenecientes, a la gauchesca más tradicional: los modos y giros del habla local; algunos monólogos recitados en verso; y la típica estructura narrativa donde se cuentan los padecimientos de un hombre común que ha sido perjudicado por Estado que lo excluye y persigue, obligándolo a sobrevivir al margen de la ley y, al mismo tiempo, cuestionándola por injusta.
El mayor desafío del relato consiste en transformar en héroe a un personaje al que, por sus acciones extremadamente violentas, es difícil de asumir como tal Sin embargo el Moreira de Favio, pese a lo cuestionable de muchas de sus actitudes, claramente expuestas a lo largo de la película, tiene lo que podríamos llamar una dimensión ética. Él se mueve en un mundo donde la utilización de la violencia es habitual. Pese a ello, internamente se pone un límite: hay crímenes que no está dispuesto a cometer. Para que él pueda tomar conciencia de la existencia de ese límite es muy importante el rol que juega su entrañable amigo Julián Andrade. Este personaje, quien tiene una clara visión política de los hechos, opera como una especie de voz moral que provee al gaucho de ciertas convicciones de las que carecía al principio. Y será cuando Moreira llegue al extremo de poner en juego su propia vida en defensa de esas convicciones, cuando alcance definitivamente la estatura de héroe. Por todo esto, y algunas cosas más, el “Juan Moreira” de Leonardo Favio es, además de un gran relato de aventuras, un certero retrato de las circunstancias sociales de un país y de una época.