Una incursión de Hollywood en las pampas
En 1951 el director Jacques Tourneur llegó a la Argentina para encabezar una aventura inédita hasta entonces: filmar una película de gauchos, con capitales estadounidenses y hablada en inglés, en plena llanura pampeana. El proyecto fue consecuencia de una política de distensión y cierto acercamiento entre el gobierno del General Perón y los principales estudios de Hollywood que, luego de años de conflicto, culminó con un acuerdo que obligaba a las compañías extranjeras a invertir en el país la mitad de las ganancias obtenidas en él. Fue bajo esas circunstancias que la 20th Century Fox decidió rodar en el sur The way of the Gaucho, confiándole la dirección al realizador de La marca de la pantera (Cat People, 1942). La elección parecía adecuada, ya que Tourneur había dado muestras de su habilidad para narrar historias con personajes que, por distintas razones, deciden apartarse de las normas sociales de su tiempo.
La película se basó en la novela del mismo nombre de Herbert Childs, autor que dos décadas antes había recorrido la Patagonia mientras investigaba para escribir la biografía de un aventurero inglés de la región. Años después, elaboró una historia de gauchos vagamente inspirada en el Martín Fierro de José Hernández, que mantenía algo del espíritu de la segunda parte del poema. El guión y la producción estuvieron a cargo de Philip Dunne, guionista de ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941); uno de los principales escritores de la Fox. La música fue compuesta por Sol Kaplan, quien poco tiempo después sería incluido en las listas negras del “Comité de Actividades Antiamericanas”.
El sólido elenco estuvo integrado por actores de gran solvencia y oficio como Rory Calhoun, Richard Boone, Hugh Marlowe, Everett Sloane y la gran estrella Gene Tierney, protagonista, entre otros muchos títulos, de Laura (Otto Preminger, 1944) y Que el cielo la juzgue (John M. Stahl, 1945). Por el lado argentino participaron, como asesores locales de la producción, el pintor Eleodoro Marenco, que por ser un gran conocedor de las zonas rurales del siglo XIX intervino en la minuciosa reconstrucción de época, el músico Félix Dardo Palorma, y el experimentado escenógrafo y vestuarista Mario Vanarelli.
El relato puede vincularse fácilmente con lo que algunos denominan Western crepuscular: aquellas narraciones que cuentan el eclipse de un héroe individual, que por medio de sus hazañas físicas protege a una comunidad determinada, y el comienzo de una nueva época donde imperará la ley escrita. La acción transcurre durante la década de 1870, y en su comienzo vemos a Martín Peñaloza, un típico gaucho argentino, durante una fiesta en la Estancia donde trabaja. El antiguo dueño acaba de morir y es reemplazado por su hijo, Miguel Aleondo, que vive en la ciudad y es Diputado nacional. Pese a haberse criado en el campo junto a Martín, a quien llama hermano, Miguel viste ropas elegantes y representa las nuevas ideas que comienzan a imponerse en el país. Durante la fiesta, un peón de la Estancia insulta al nuevo patrón por no respetar las tradiciones gauchas que seguía su padre. Martín desafía al hombre a un duelo a cuchillo para desagraviar a su amigo, y termina matándolo. La policía detiene inmediatamente al gaucho, y Miguel intercede para le perdonen la condena a cambio de reclutarlo en el ejército, enviándolo a la frontera a combatir a los indios.
Durante la primera escaramuza contra los indios, Martín aprovecha la confusión del combate para fugarse y desertar. Desde ese momento se convertirá en un rebelde que vive en absoluta libertad y fuera del alcance de la ley. Más adelante tomará el nombre de Valverde, un hombre a quien vio morir en el desierto, y se refugiará en las montañas. Desde allí liderará una legión de gauchos insurrectos que acechará los caminos. En una de sus embestidas, Martín intercepta, junto a sus hombres, una caravana que lleva materiales para la construcción de un nuevo ferrocarril, y hace caer la carga por un despeñadero. Resguardados en el desierto, los gauchos intentan mantener su modo de vida por cualquier medio, neutralizando el avance de las fuerzas de la ciudad que pretenden conquistarlos.
Mientras tanto, la civilización pondrá en funcionamiento sus afianzados mecanismos para reintegrar al gaucho rebelde a la sociedad. Cada uno de los personajes con los que Martín se relaciona, intenta convencerlo para que se adapte a los nuevos tiempos. Miguel, quien recibió junto a él las enseñanzas del viejo gaucho don Florencio, se ha convertido en un patrón moderno, dedicado a la política, y encarna al nuevo Estado Nacional que quiere, a partir del cumplimiento las leyes, incluir a los que hasta entonces han sido marginados. Pese a que las circunstancias los han colocado en lugares opuestos, Miguel en ningún momento dejará de defender a su amigo; como podrá comprobarse hacia el final de la película.
Como contrapartida aparece la figura del Mayor Salinas, su superior mientras Martín se encuentra alistado en el ejército. Este militar rígido e implacable representa el aspecto más duro del Estado, en su afán por extender la supremacía de la ley por todo el territorio y a cualquier precio. Salinas, además, es un gran conocedor de la historia del país y ve en Martín al prototipo del antiguo jinete de las llanuras que participó en el pasado en las batallas por la independencia, y ahora debe ser disciplinado a la fuerza para que pueda convertirse en alguien útil en la nación en ciernes.
Por su parte Teresa Chávez, de quien Martín se enamora luego de liberarla de un indio que la había raptado, se convertirá en la posibilidad de salvación del gaucho por medio del amor y la construcción de una familia. Ella es quien mejor lo conoce, y sabe que para él la libertad no es sólo una idea sino un impulso que le recorre el cuerpo como la sangre. El gaucho es una fuerza de la naturaleza, y como el viento de la pampa que no puede ser enjaulado. La tarea de Teresa será, dentro del complejo sistema civilizatorio, la de encauzarlo y contenerlo amorosamente para que sus virtudes se vuelvan beneficiosas para el resto de la comunidad.
La última pieza del sofisticado engranaje puesto en marcha para conseguir la reinserción del gaucho en la sociedad, es representada por el Padre Fernández, quien fue el maestro de Martín y Miguel en su infancia. El cura pondrá como condición para casarlo con Teresa, que Martín confiese antes la larga lista de pecados que ha cometido, incluyendo las muertes en pelea. El gaucho sólo podrá alcanzar la redención, luego de un sincero arrepentimiento.
Toda la historia es puesta en escena con gran destreza y belleza por parte de Tourneu; su utilización del Technicolor es sobria y precisa, en ningún momento cae en exotismos o alusiones folklóricas. El director, no se deja devorar por la inmensidad de los paisajes que registra. Por el contrario, sabe que ellos forman parte de un espacio cargado de significados que funciona como contrapeso del relato. Por allí se desplazan seres cuyas características confluyen con el lugar que los alberga. Por eso cada plano de la llanura, con el cielo en el fondo poblado por algunas nubes, es mucho más que una imagen agradable de la naturaleza; es la representación de un sitio preciso, con marcas propias, y un sentido particular.